Entrevista de Alexandra Delgado en Cuadernos de Pedagogía: «Los colegios buscan fórmulas para calentar las aulas de forma sostenible»
Fuente: At-the-oUTSET.wordpress.com
Aunque parece que el verano y las temperaturas altas se resisten a abandonarnos, toca prepararse para el invierno. Con el desplome del mercurio, suelen comenzar las quejas de alumnos, padres y profesores por las bajas temperaturas que se alcanzan en algunas aulas, ya sea por deficiencias en el funcionamiento de los sistemas de calefacción o por un mal aislamiento. En la memoria de todos están las dificultadas experimentadas en los cursos pasados en los que los protocolos antiCOVID obligaban a dejar ventanas abiertas para ventilación. Ahora, esas restricciones forman ya parte del pasado y cada vez son más las voces —tanto de expertos como de la comunidad educativa- que abogan por promover una mayor eficiencia en los centros. Un tema que cobra especial importancia de cara a este invierno, con restricciones energéticas previstas en toda Europa debido a la invasión rusa de Ucrania y con un decreto de ahorro energético activo en nuestro país que, de momento, excluye a la escuela.
La sostenibilidad y la educación ambiental no son temas novedosos. Ya en la nueva ley educativa, se establece que «el sistema educativo no puede ser ajeno a los desafíos que plantea el cambio climático del planeta» y recoge que «la educación para el desarrollo sostenible y la ciudadanía mundial ha de incardinarse en los planes y programas educativos de la totalidad de la enseñanza obligatoria, incorporando los conocimientos, capacidades, valores y actitudes que necesitan todas las personas para vivir una vida fructífera, adoptar decisiones fundamentadas y asumir un papel activo —tanto en el ámbito local como mundial- a la hora de afrontar y resolver los problemas comunes a todos los ciudadanos del mundo».
También a nivel internacional se habla de este tema, ya que la educación ambiental es transversal y subsidiaria a los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que propone Naciones Unidas. Nos referimos, concretamente, a la meta 7 del objetivo 4, que plantea que, de aquí a 2030, todos los alumnos aprendan «los conocimientos teóricos y prácticos necesarios para promover el desarrollo sostenible, entre otras cosas mediante la educación para el desarrollo sostenible y los estilos de vida sostenibles, los derechos humanos, la igualdad de género, la promoción de una cultura de paz y no violencia, la ciudadanía mundial y la valoración de la diversidad cultural y la contribución de la cultura al desarrollo sostenible.»
Hace unos meses, la primera ola de calor del verano nos sorprendía con las clases aún en funcionamiento y los termómetros superando los 27 grados. Tras esto, la ministra de educación, Pilar Alegría, adelantaba que se estaba trabajando en un plan de «adaptación climatológica» de los colegios con más de 200 millones de euros. No obstante, no especificó en qué consistirían las medidas, orientadas a mejorar la situación de los centros tanto en verano como en invierno.
Si miramos a Europa, España es el tercer país de la UE en el que los ciudadanos consumen menos energía en sus hogares, de acuerdo con Eurostat. Sin embargo, cabe señalar que un menor consumo energético no significa necesariamente más eficiencia energética. Por ejemplo, no es lo mismo calentar una casa en España que en Austria. Si nos centramos en la eficiencia energética de los hogares, España ocupa el séptimo puesto de los 27, según las cifras del proyecto europeo Odyssee-Mure. Sin embargo, de todos los edificios con un certificado de eficiencia energética, menos del 10% de las viviendas están certificados como eficientes energéticamente y más del 80% tienen una certificación de baja eficiencia energética, según el Instituto de Rendimiento de Edificios de Europa.
Alexandra Delgado Jiménez, Doctora Arquitecta Urbanista de la Universidad de Nebrija nos cuenta que, con el nuevo marco normativo, «los edificios son de consumo energético casi nulo, pero tenemos que enfocarnos en cómo rehabilitar el parque edificatorio existente. En este caso, los centros educativos deben ser prioritarios para proyectos piloto porque la escuela siempre es el mejor laboratorio del cambio».
Por otro lado, hace hincapié en la importancia de la educación ambiental: «los colegios pueden favorecer la formación de ciudadanos que entiendan el mundo y sus retos y que no estén con los ojos cerrados ante ellos, una ciudadanía ambiental». Considera que los retos ambientales a los que nos enfrentamos «necesitan de la participación de la escuela. La escuela es un prototipo de nueva sociedad que no es ajena, sino que transforma la sociedad en la que se encuentra. No darles una educación ambiental es dejarle sin algunas herramientas esenciales. Y los estudiantes van a vivir en un futuro con crecientes desafíos ambientales».
Las escuelas suspenden en calidad de aire
Quienes llevan años dedicados a estudiar cómo mejorar la eficiencia energética y cómo ser más sostenibles, tienen muy claro que los colegios e institutos españoles, actualmente, no cumplen con los requisitos necesarios para ser más verdes.
La doctora Jiménez nos explica que, durante muchos años, «se ha construido sin tener en cuenta la energía y su coste, por lo que la eficiencia energética de los centros depende de la época de construcción y de la normativa vigente». Asegura, que, actualmente, «existen muchas soluciones para mejorar esa eficiencia, tanto en el aislamiento, como la mejora de carpinterías, la incorporación de medidas pasivas y, por supuesto, el uso de energías renovables. Es importante, además, que se rehabiliten los edificios antes de construir, ya que se necesitan entre 20 y 30 años —a veces más- para que el carbono operativo acumulado del consumo de energía iguale o supere la huella de carbono incorporada de la construcción inicial de un edificio nuevo».
La Plataforma de Edificación Passivhaus (PEP), es una asociación sin ánimo de lucro formada principalmente por técnicos y personas afines al sector de la construcción sensibilizadas con la edificación de alta eficiencia energética, mínima demanda energética y alto confort interior. En un estudio llevado a cabo con la Universidad de Burgos, han analizado más de 700.000 parámetros de temperatura, humedad relativa y niveles de CO2 en las aulas de 42 centros escolares de toda España. Las conclusiones no son precisamente positivas: tan solo un 16% del tiempo que los estudiantes pasan en la escuela lo hacen en condiciones adecuadas de confort y calidad ambiental. Durante cinco de cada 6 horas lectivas sufren calor o frío y/o soportan elevados niveles de CO2. Daniel Sánchez Peinado es director técnico de la Plataforma PEP y nos explica que esto «tiene repercusiones de diversa índole que afectan tanto a alumnos como a profesores y al personal de administración. No solo afecta a la concentración y al rendimiento escolar, sino que también tiene repercusión sobre la salud, tal y como indican numerosos estudios que relacionan la calidad del ambiente interior y la calidad de temperatura y humedad a la que se somete una persona y su salud o las patologías que pueda tener».
Sobre el uso tradicional de calefacciones o aires acondicionados para mejorar la temperatura, nos dice que «con este tipo de sistemas puedes mejorar condiciones de ambiente interior, pero no todas. Por ejemplo, si hace calor en el aula y se pone el aire acondicionado, se mejorará la temperatura, pero no el grado de humedad. De hecho, es posible que estés secando más el ambiente. Tampoco actúas sobre la concentración de CO2, no depuras el aire, solo lo enfrías». Defiende que «si queremos ahorrar energía, poner aires acondicionados o calefacciones no va a conseguir que reduzcamos esa necesidad. Habría que actuar sobre la parte pasiva primero y, en todo caso, ir a sistemas de climatización más eficientes».
En la Plataforma PEP creen que su estudio deja claro que los centros necesitan rehabilitaciones «integrales, no parciales ni puntuales». Dichas rehabilitaciones «deben enfocarse en todos los aspectos del edificio, empezando por la parte pasiva que reduce la demanda energética. El siguiente paso, será cambiar los sistemas activos por otros más eficientes». Sánchez Peinado señala que «se puede acometer en distintas fases. En el caso de los colegios, es muy interesante porque tienen un período de uso muy definido y se podría proyectar una rehabilitación sin que interfiera para nada en el uso normal del edificio durante el curso lectivo».
En términos económicos, la Plataforma PEP calcula que, si se rehabilitaran energéticamente los 43 centros analizados en el estudio, en 3 décadas se duplicaría el número inicial de centros educativos hasta los 93 sin necesidad de invertir ni un euro público más. Para ellos, se emplearía lo ahorrado con la reducción de la climatización y el consumo y destinándolo a actuaciones en otros centros: «la renovación de 50 centros educativos a lo largo de las próximas legislaturas saldría completamente gratis al Estado, como resultado de la inversión inicial en 43 colegios repartidos por toda España».
Involucrar a la comunidad educativa
Ecooo es una cooperativa de la economía social y solidaria que lleva muchos años trabajando para promover el autoconsumo de hogares y pequeñas comunidades, como pueden ser las vecinales, pero también los centros educativos. Su proyecto Ecooo Educa 50/50 tiene tres objetivos: ahorrar energía y reducir coste energético en colegios, hacer partícipe a la comunidad escolar y potenciar el trabajo en equipo. De los ahorros conseguidos, el 50% se destina a medidas de eficiencia energética y el otro 50% decide la comunidad educativa dónde invertirlos.
Laura Feijóo García, coordinadora del área de Autoconsumo de Ecooo Energía Ciudadana nos explica que con su iniciativa «el ahorro es un poco más costoso en esfuerzo porque tienes que implicar a la comunidad educativa y que se lo crea». Eso sí, «la inversión es poca porque es una asesoría técnica de unos expertos que acompañan y dinamizan un grupo mixto de la comunidad educativa con los que se analiza cómo se consume, cómo se puede consumir mejor y cómo acometer cambios».
Esos grupos mixtos están formados por perfiles diversos: alumnos de distintos cursos, profesores, personal de administración y equipo directivo. En primer lugar, «hacemos sesiones dinamizadas y talleres en los que se explica qué es la energía y dónde se consume mirando las facturas de suministros». Se buscan las causas y, después, se establecen acciones: «por ejemplo, ponemos un delegado en cada clase que se encargue de apagar las luces cuando salimos al patio. Es un agente energético que hará esa tarea durante uno o dos meses y es rotativo. De esta manera, se responsabilizan, entienden y es un juego para ellos a la vez que conseguimos que se produzca un cambio. Los niños son esponjas y son los más permeables. Es interesante porque no solo conseguimos un cambio en un colegio de forma clara porque lo ven, sino que ese cambio los traslada a sus hogares y a sus familias y les explican por qué hay que cerrar el grifo y apagar la luz». Tras un tiempo, se vuelven a medir los consumos para comprobar que las iniciativas hayan tenido efecto. Feijóo nos cuenta que «con lo que se ha ahorrado, la mitad se dedica a que el colegio establezca medidas de mejora energética y el otro 50% se gasta en lo que eligen los estudiantes: puede ser desde mejorar el patio a comprar tablets o estuches para todos».